Era una noche de en un pueblo olvidado y miado de Michoacán.
Lupita era fan de los Labubus, esos muñecos chinos con dientes torcidos y ojos de psicópata.
Su favorito era Pico, un Labubu verde con cara de borracho que parecía que te iba a apuñalar mientras dormías. Lupita lo compró en un tianguis bien culero, donde un chino con mirada sospechosa se lo vendió por 50 varos, diciendo: “Cuidado, morrita, este Labubu no es pa’pendejos.” LOL
Lupita se llevaba a Pico a todos lados: al Oxxo, a la taquería, hasta pa’l baño. Pero una noche, mientras se echaba un pozolito en su cuarto, escuchó un pinche susurro que le puso la piel de gallina: “Lupitaaa, sácame el corazón…”
La morra pensó que era el pedo de las chelas que se había echado, pero cuando volteó, ¡Pico estaba en la mesa, con sus ojitos brillando como si tuviera un puto demonio adentro!
Lupita, con el culo en la mano, agarró el muñeco y lo aventó al clóset, pensando: “Nel, cabrón, no me vas a cagar la noche.”
Pero el clóset empezó a temblar como si estuviera poseído, y de repente, se abrió de un putazo, ¡y Pico estaba parado en el suelo, con una sonrisita culera y un cuchillo de cocina en la mano!
Lupita no era pendeja, así que le dio un patadón al muñeco y salió corriendo pa’la calle, pero el pinche Labubu la seguía.
La morra llegó al panteón del pueblo, pensando que ahí se perdería el muñeco, pero Pico apareció encima de una tumba, susurrando: “Lupitaaa, tú me diste vida… ahora dame tu sangre.”
Lupita, con los huevos bien puestos, le gritó: “¡Chinga tu madre, muñeco culero!” y le aventó una piedra que le voló la cabeza al Labubu.
Pero aquí viene el plot twist: cuando regresó a su casa, exhausta y temblando, se miró en el espejo… ¡y sus ojos eran los mismos ojitos psicópatas de Pico! Su piel empezó a ponerse verde, y un cuchillo apareció en su mano, como si el pinche Labubu se hubiera metido en su cuerpo