Un día, cuando tenía apenas 13 años, conoci a Hestor,, un hombre de 45, amigo cercano de mi madre. Él siempre lme miraba con atención, me preguntaba por la escuela y me regalaba dulces. Para mi, que jamás había sentido un abrazo protector, aquello era como encontrar un faro en la oscuridad. ( mi papá nos abandono cuando yo cumpli 4). Me hacía sentir importante... como si por fin alguien me viera. Me decía cosas bonitas, me escuchaba… y yo pensé que eso era amor.

Con el tiempo, Héctor comenzó a acercarse más. Me enseñaba a cocinar, a “vestir bonita”, a arreglarme el cabello. Me decía que era madura para mi edad y que él podía enseñarme “lo que ningún muchacho podría”. Yo, confundida y sedienta de afecto, aceptó todo lo que él le proponía.

Me enseñó a besar, a cómo tocar, qué decir… Me decía que eso era nuestro secreto, porque si alguien lo sabía, no entenderían que lo nuestro era amor. Los años pasaron y la relación se volvió una mezcla de cariño y control. Héctor me decía qué ropa usar, con quién hablar y hasta cómo pensar. y yo creció creyendo que mi felicidad dependía de él. Pero en el fondo, algo no encajaba…

Cuando estaba con él me sentía protegida… pero también atrapada. Lo extraño si no me escribe, pero cuando me llama, siento miedo. Es como si fuera mi padre… y al mismo tiempo, como si fuera mi pareja.