>>213176139Los chilangos se sienten la neta del planeta por un chorro de razones históricas, culturales y sociales, pero la idea de que “todos descienden de oaxaqueños y chiapanecos” es un pedo medio exagerado, aunque sí tiene algo de verdad por las migraciones.
La Ciudad de México siempre ha sido el pinche corazón de México, culero. Desde que los aztecas fundaron Tenochtitlán en 1325, este lugar ha sido donde pasan las cosas chidas: el gobierno, el dinero, las fiestas y hasta los memes. Los chilangos crecen sabiendo que viven en el centro de todo: la Bolsa Mexicana de Valores, el Palacio Nacional, Televisa, el Metro más cabrón y hasta el Ángel de la Independencia. Esto les da un aire de “somos los reyes” aunque sus abuelos hayan llegado del pueblo con una maleta de cartón.
Vivir en la CDMX es como estar en el escenario principal del mundo mexicano. Los chilangos tienen acceso a trabajos chidos, universidades como la UNAM o el Poli, antros, museos y tacos al pastor 24/7. Comparado con un pueblo en Oaxaca o Chiapas, la CDMX es como un pinche parque de diversiones. Esto hace que se crean superiores, aunque muchos de sus papás o abuelos llegaron de provincias buscando lana.
Es cierto que muchos chilangos tienen raíces en Oaxaca, Chiapas u otros estados del sur. Desde los 1940, un chorro de gente migró a la CDMX por trabajo, sobre todo de estados pobres como Oaxaca (famosos por sus tlayudas) y Chiapas (con sus comunidades indígenas). Según el INEGI, en 2020, el 27% de los habitantes de la CDMX nacieron en otro estado, y Oaxaca y Chiapas son de los que más mandan gente. Pero los chilangos de segunda o tercera generación ya no se sienten “de rancho”; se sienten 100% chilangos porque crecieron en el desmadre urbano.
Además, la CDMX tiene más lana: el PIB per cápita de la CDMX en 2023 fue de unos $19,000 USD, el doble que el de Oaxaca ($9,000) o Chiapas ($6,000), según INEGI.