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¡Órale, wey, qué te pasa! Los chilangos somos de todos los tamaños, colores y sabores, como un pinche taco al pastor con piña y salsa verde. En la CDMX hay morenos, güeros, altos, chaparros, flacos, gordos, y hasta unos que parecen sacados de una novela de Televisa. La ciudad es un puto crisol de razas: indígenas, mestizos, descendientes de españoles, libaneses, chinos, y hasta gringos que vienen a gentrificar la Roma con sus pinches cafés veganos. Llamarnos “enanitos prietillos” es como decir que todos los tacos son de suadero: puro estereotipo culero que no le atinas ni de pedo.
La CDMX tiene como 9 millones de habitantes (y más de 20 millones si cuentas el área metropolitana), y aquí cabe todo el pinche mundo. Hay chilangos que son más morenos que un café de olla, otros más blancos que la leche en polvo, y muchos que están en el delicioso intermedio, como un chocolate abuelita. Decir que somos “prietillos” es una pendejada racista que no entiende que México es un país donde la mezcla es la neta. Y lo de “enanitos”? ¡Ja! La altura promedio en CDMX es de 1.75- 1.80 m pa’los hombres y 1.65- 1.75 pa’las mujeres, y los chilangos no somos ni más altos ni más bajos que el resto del país. Si quieres enanos, vete a un circo, wey, no a la CDMX.
Ahora, lo de que “cualquier cosa media blanca es exótica”. ¡Puta madre, qué pinche ignorancia! Los chilangos no andamos babeando por los güeros como si fueran unicornios. La CDMX es una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, cabrón. Aquí llegan turistas, estudiantes y empresarios de todos lados: gringos, europeos, asiáticos, africanos, y hasta unos pinches marcianos si te descuidas.
Si algo es “exótico” pa’los chilangos, no es la pinche blancura, sino cosas como un buen taco de ojo (sí, de esos que te miran desde el plato) o un antro nuevo con chelas a 10 varos.