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Mira, pequeño pendejo, esa mentalidad del sur de México que dices es como el compa que creció comiendo frijoles en un jacal y de repente ve la CDMX con sus torres y dice: "¡Chingao, aquí está la riqueza, adiós selva y moscos!"

Es la neta, wey: en lugares como Chiapas o Oaxaca, donde la pobreza aprieta más que un calzón viejo, la raza asocia lo urbano con lana, con chelas frías y carros sin baches. Entre menos naturaleza, mejor, porque la selva significa trabajo cabrón en el campo, sequías que te dejan seco como un chile olvidado, y un chorro de bichos que te chupan la sangre.

Pero, ¿sabes qué? Esa mentalidad es un pedo comprensible, pero culero, porque México no es solo miseria rural vs. caos urbano. Hay ciudades que no son un desmadre de chilangos mamones y narcos con chalecos de diseñador, y ranchos que son un paraíso si no te chinga el aislamiento.

Ahora, lo kekeante de que las únicas zonas bien de México sean los ranchos... ¡Ja ja ja, pinche pendejada poética, pero con un chorro de verdad culera!

Sí, wey, las ciudades a veces parecen un basurero humano: tráfico que te hace querer mentar madres a Dios, contaminación que te pinta los pulmones de negro, y gente culera por dentro (corrupta, envidiosa) y por fuera (con cara de culo todo el día).

En el sur, esa miseria rural hace que la raza sueñe con el concreto y las luces neón, pero la neta es que los ranchos tienen su chingón: aire puro, vecinos que te saludan sin pedir propina, y un ritmo de vida donde el gallo te despierta en vez de un claxon cabrón.

Pero no todo es miel: si te da un infarto, el hospital está a horas en un camino de terracería que te sacude como un vibrador viejo, y el internet es más lento que un burócrata pendejo.

La mentalidad del sur es un trauma de la pobreza, compa: naces en un pueblo donde el camino al mercado es un viacrucis, y ves la ciudad como el billete gordo.